La muerte no tiene tabúes en la India

Más de 100 cuerpos son quemados todos los días a orillas del río Ganges, en un ritual milenario que se cumple ante la vista de todos. El rol de los "intocables" y los cadáveres que está prohibido incinerar.
Fuente: Las 2 Orillas - 2017-06-14
Las piernas lánguidas parecen el último rastro que cuelga fuera de la llamarada: su cabeza, torso y brazos han desaparecido. Se han calcinado. Kunal Arya había sido transportado en una camilla de bambú desde Mukti Bhavan, el reconocido hotel de la muerte en Benarés (Varanasi), donde había fallecido a los 87 años. Y su deseo era ser cremado a orillas del río Ganges, en el noroeste de la India, a 676 kilómetros de Nueva Delhi.

Arya estaba envuelto en una manta de seda blanca, parecida a una sábana y adornado con guirnaldas de flores de caléndula. Ya en la ribera, fue sumergido bajo las aguas marrones-grisáceas del río más sagrado para los hindúes, el mismo que guarda estiércol de vaca, carne podrida, orines, botellas de vidrio, plástico, plomo, níquel, cobre, arsénico, madera. Su cuerpo se transformaría en cenizas que luego serían arrojadas a la corriente, como lo exige el ritual, para liberarse del ciclo de la vida y alcanzar el famoso ‘Moksha’. Pero para varios de los occidentales que recorren la ciudad de la muerte (y la vida), la escena parece aterradora.

A tres metros de la hoguera, siete vacas combaten los inminentes rayos de 42 grados que rostizan su piel canela. Se esconden debajo del Ganga y contemplan, inmóviles, asomando la cabeza, la escena. Un perro callejero se postra frente a una muchedumbre que conversa con parsimonia esperando a que el muerto se convierta trizas. Son ocho hombres. No hay mujeres.

“Parecen familiares de aquel cuerpo que se ha reducido a la nada– shuniya en hindi–”, dice Suresh, pelo gris, espinoso, dientes verdes-morados, como los de un mambeador de coca, camisa blanca, deshilachada, pantalón de dril negro, tan viejo como su edad, chancletas rojas, bañadas en polvo, uñas encarnadas.
Su cuerpo se transformaría en cenizas que luego serían arrojadas a la corriente, como lo exige el ritual, para liberarse del ciclo de la vida y alcanzar el famoso ‘Moksha’.
“Aquí, (en el Harishchandra Ghat), se creman entre 15 y 40 cuerpos por día”, dice. A Suresh se le notan los conductos cuando abre la boca. Dice que cremar un cuerpo en este, el segundo crematorio más grande de Benarés cuesta 4mil rupias, unos 62 dólares.

Primero un monje lo embadurna de ‘Ghee’, una especie de mantequilla clarificada, antes de que cuatro trabajadores, que pertenecen a la casta de los intocables – Doms en hindi—lo envuelvan en una manta de seda blanca y lo adornen con varias guirnaldas anaranjadas. Esas mismas cuatro personas a quien nadie se atreve, ni siquiera, a tenderles la mano– se dice que los Doms son los únicos que pueden manipular a un cadáver porque la muerte es contagiosa—llevan el cuerpo hacia el Ganges, lo sumergen por unos minutos y esperan a que se seque.

Luego de dos horas, los familiares llevan el cuerpo purificado en su camilla de bambú – sin tocarlo– hacia una extensa cama de 25 kilos de palos de mango – que funge como un ataúd—antes de que “los intocables” lo saquen y cubran con la misma cantidad de madera para formar lo que se conoce coloquialmente como pira funeraria. Finalmente, esparcen sándalo en polvo, incienso y más ‘Ghee’ para evitar el olor a muerto. La tradición hindú dice que el familiar más cercano del cadáver debe rasurarse la cabeza, portar ropas blancas, dar tres vueltas alrededor del cuerpo con una antorcha en la mano y que esta toque la boca del cadáver para prender la llamarada.

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Un bote de madera desteñida espera a orillas de un Ganga tan oscuro como una cloaca. Son las cinco de la tarde. La puesta de sol está cerca. Ashish, de inglés acentuado y tez morena, oficia de guía. Emprendemos viaje río arriba rumbo al crematorio más concurrido de Varanasi. Atrás quedan los últimos lavadores de ropa del día. Están cansados. Nueve horas de enjuagar y machacar cientos de sábanas y toallas son suficientes. Las extienden a orillas del Ganges, sobre los peldaños de escaleras vacías, parecidas a las tribunas de la Acrópolis griega. Se llaman ghats y hay más de 80 en Varanasi.
Cada muerto es envuelto en un color diferente. A las mujeres que mueren jóvenes, entre los 35 y 50 años, las cubren con mantas de seda roja. A las viejas, de la tercera edad, con mantas de seda dorada.
Manikarnika Ghat, es el crematorio público más concurrido en la ciudad más vieja de la India donde alrededor de 100 cuerpos se desvanecen con las 24 horas del día. Cada muerto es envuelto en un color diferente. A las mujeres que mueren jóvenes, entre los 35 y 50 años, las cubren con mantas de seda roja. A las viejas, de la tercera edad, con mantas de seda dorada. Lo mismo a los que tienen plata. Los hombres, en su gran mayoría, están cubiertos con mantas blancas.

No hay mujeres. Los funerales son una tarea de hombres. Hay algunos cuerpos que no se queman: los de las mujeres que mueren estando embarazadas, los de los niños que mueren antes de cumplir dos años, y los de los criminales y suicidas. Se cree que para los primeros dos grupos sus espíritus están puros y no deben ser consumidos por el fuego. Pero para los dos últimos la carga de sus pecados ni siquiera se purifica con la fuerza de las llamas.



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 A Arjun le dicen que debe esperar mínimo tres horas. Postrado en una silla de plástico, clava su mirada al horizonte. El sol se ha despedido de Varanasi pero la luz de las llamas que creman a su madre continúa encendida. Dos hombres – que aparentemente pertenecen a la casta de los intocables— machacan con vehemencia la llamarada. Sus palos de madera sienten el crujir de un hueso, tan duro como una moneda, que todavía no ha calcinado. Contrario a su primer movimiento, levantan dos palos de mango con sigilo para voltearlo. Todavía continua blanco, intacto, redondo.

Una ráfaga de viento vespertino sopla la hoguera. Miles de cenizas se esparcen en el aire y golpean en el torso de Arjun. Se tapa la boca, cierra sus ojos negros, pero no renuncia a alejarse de los últimos vestigios provenientes de su madre.